En esos momentos me hace bien escaparme al árbol de ramas grandes. A mi árbol. Nunca supe si es un sauce o un aguaribay, pero abajo de esas miles de hojas verdes que casi tocan las piedras, ahí abajo, en ese pedacito de sombra y tierra húmeda, puede pasarme el día entero por al lado y seguir con los ojos abiertos. Esos mismos ojos con los que le hablaba a papá por el espejo retrovisor del auto cuando tenía un año y los cachetes gorditos. Los mismos ojos que veintitrés años más tarde siguen palpitando y desviviéndose por cada atardecer. Y que se cierran, de a ratos, abajo del sauce o del aguaribay, para respirar más profundo y alejarse de la vorágine del cemento porteño. Que vuelven a abrirse para resaltar una de las líneas de Ernesto Sábato "El saber que se vive, pero podría haberse no vivido" Y escuchar cómo se acerca el agua a la orilla del borde empedrado.
saludos para voce! como va todo? aca por neuquen ya comenzó el calor! abrazo!
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