Manuel


Vos no entendés lo que es volver a tu casa y que tu rancho no exista más. Que un fuego así, lleno de furia, se achure vivas las puertas de madera y que las llamas trepen como latigazos por las paredes hasta hacer estallar en cenizas todos los vidrios. Así, de un cimbrón nomás y perderlo todo. Perderlo todo. Qué vas a entender vos, si tu casa es un pedazo de cartón en el pasto. Lo único que pueden sacarte son los restos de asado que escondés abajo de la tierra, es así Pichicho. Por momentos pienso que hablamos el mismo idioma. Cuando inclinás la cabeza y me mirás con esos ojos negros chapetones. Esa cabeza llena de pulgas que tenés, vení aca Pichicho, saltá, dale, hoy te toca el colchón a vos también. Yo siempre le agradezco a la virgencita, sabés. Los rosales que planté son para ella, aunque la patrona piense que los tengo de presumido, qué va a saber ese bicho bolacero. Yo sé que fue la virgencita la que mandó a Don Aldo el día del incendio. De esa noche no pasaba, sabés. Tenía los riñones que me explotaban del vino, y andá a saber qué cosas gritaba uno que la gente bien parecía como asustada, qué se yo. La calle como panza de sapo y ese frío que te pincha hasta los huesos, ¿viste? Así, nomás. Yo no me acuerdo más que eso, las baldosas flojas, los billetes se los dí todos a Raúl el del boliche: dos cartones al precio de uno. A eso de las 11 ya estaba como chaucha pelada. Y el viento de la calle de piedras que te curte la piel,  mirá, así, como las llagas que me deja el tambo. Ese jugo de uva por lo menos me calentaba un poco la garganta, un poco nomás. Pucha que hacía frío. ¿Lo dije ya? Y los árboles por momentos se me venían encima sabés, y los faroles de la calle, ¿cuántos eran? Perdía la cuenta. Los ojos se me hincharon para afuera de tanta lágrima. Que era cosa de china ya lo sé, pero ¿qué le queda  a uno si pierde todo? Cuando apareció Don Aldo en la esquina de Artigas yo ya estaba chupado hasta las vísceras, sabés. Ese jugo de uva de mala muerte. Fue ahí cuando el chumbo me salió disparado por la culata y gracias a la virgencita que Don Aldo me subió a su coche. Al otro día yo que pensaba que había estirado las patas ya, pero no Pichicho, acá estaba yo, con ranchito nuevo en este campo que es una bendición de la virgencita, sabés. Yo le voy a estar agradecido a ella y a Don Aldo  toda la vida. A la patrona sé que vos tampoco la tragás con cariño, qué le vamos a hacer. Que ella piense lo que le dé la gana, total yo sigo bien derechito haciendo el trabajo pesado del campo, las vacas ya me quieren ¿viste? A mí me gusta montar a pelo a Fuyero y llevarles el mejor maíz.  Ojalá algún día la patrona sepa que las noches de franco no me rajo al cabaret todo emborrachado como dice ella y que vuelvo a la mañana destilando jugo de uva. Sólo vos sabés Pichicho que las noches de franco voy al cementerio del pueblo.  Y sí, me emborracho de lo lindo pero es la única manera que puedo soportarlo. Sólo vos sabés que el día del incendio mi chinita estaba adentro del rancho y que nunca más pude acariciarla y tener sus ricos besos conmigo otra vez.  Mejor vamos al sobre Pichicho, que ya es tarde y la noche de campo se pone amarga.

3 comentarios:

  1. me robaste el corazòn con este texto. gracias!

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  2. Muy lindo, me dio ganas de emborracharme

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  3. Es buenísimo el relato. Y la voz del narrador, su registro, es tan verosímil que... ¿está segura de que te llamás Sophie?...

    Sería lindo seguir leyéndote, un beso.

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