La perra de Juana


Reflexiones de Juana

"Me di cuenta que cada vez me parezco más a Felipe, mi perro.
De la cama me levanto casi saltando cuando escucho la canción brasilera de mi celular, y lo primero que hago cuando piso tierra firme es estirarme, mucho, y mientras termino de abrir los ojos por completo, me rasco. Sí, me rasco. La cintura y la panza. Pero es inconsciente, lo hago sin darme cuenta, hasta que me río de mi propia imagen despeinada y pulgosa en el espejo, tratando de mantenerme despierta.


No puedo decir que tengo ganas de correr una pelotita de tenis a las 6 de la mañana pero sí amanezco con las energías suficientes como para cambiar 1 peso con 20 por una Tita y un par de Sugus Max, subirme a la bici y pedalear duro y parejo por Libertador, hasta la facultad.
El detalle: llego con la lengua afuera al mejor estilo Felipe después de pasear por las veredas, pero el esfuerzo vale la pena.


Las ganas de comer nunca me faltan, es más, me sobran. Si no es un alfajor en el break entre cada clase, son las Maná rellenas de mis compañeros de banco, o el kiosco de golosinas instalado en mi cartera sin candado. El problema más perruno es cuando llego a la oficina: antes de sentarme en mi escritorio, voy directo a la cocina. Pero más problemática es la hora en la que llega el cadete, que siempre me tienta con algún chocolate, de esos con avellanas y nueces. Me- pue-den.


Con la comida me atrevo a decir que soy igual a un perro; tengo esa sensación de molestia, de bronca, de pertenencia si alguien me roba una papa frita de mi plato sin avisarme de antemano. No es que gruñe, tampoco ladro. Pero mi cara puede causarte el mismo efecto de rechazo.


Me estiro mucho. Creo que ya lo dije. Pero a veces demasiado. Me gusta agarrarme las manos y estirar los brazos lo más alto que pueda, reteniendo la respiración. Para soltarla como globo desinflado cuando aparece mi jefe en la puerta, riéndose asombrado. (Juro que esas sorpresas no son de mi agrado).


Me gusta que me mimen y me malcríen (igual, igual que Felipe) Que me llenen de besos, y me abracen hasta el cansancio. Pero hay días en que me invade mi faceta ciclotímica y como si tuviera un hueso entre los dientes no dejo ni que nadie se me acerque.


Jugar me encanta. Jugaría todo el día, a cualquier cosa, a las escondidas, a las cartas, a la mancha. En las escondidas y la mancha ya soy casi una experta, dependiendo del humor que reine ese día en mi cabeza. Sino, prefiero quedarme en las canchas de tenis, descargando la energía negativa, moviendo la cola y disfrutando del aire puro, sin collar, sin correa ni paseadora.


También lloro cuando extraño mucho a alguien, como hace Felipe cuando se queda solo en casa toda la mañana. Me acuesto algunas horas con la cabeza entre la almohada y el perfume de esa persona mezclado con lágrimas. Pero siempre con algo me distraigo y se me pasa, y como no tengo memoria es mejor así; el amor se reinventa y el dolor se escapa".


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