Ciento cincuenta y dos


Cinco pares de miradas perdidas respiran bolsas de plástico en Bulnes y Santa Fé. Por momentos las gotas de la lluvia del mediodía se encaprichan contra el vidrio. Dos desconocidos se tocan sin querer los dedos de las manos y un amor adolescente toma forma desde un mensaje de texto. Hay un pedazo de cielo entre los edificios y los perfumes franceses. Nadie levanta la moneda de diez centavos acostada en el piso. El café se toma por celular y todos son testigos de las vidas ajenas. Un perro sin dueño duerme en la esquina del jardín botánico. Una señora que camina encorvada pasa la mitad del brazo entre las rejas de hierro de ese mismo jardín y trata de hacerse amiga de un gato. Hay algo en la mirada de los gatos que me genera desconfianza. Una chica de pelo negro y pupilas de reloj esconde una mano abajo de una campera de cuero y saca una billetera de una cartera que no es la suya. Hay un libro de la revolución cubana por la mitad y un par de piernas cruzadas. A veces se hace de noche, pero no llego a ver la luna. Me alcanza un semáforo para enamorarme de las ramas violetas de un jacarandá. Hay una persona sentada en una silla de ruedas y da la impresión de que todos la miran, pero ella no se da cuenta. O no quiere darse cuenta. Hay un beso francés, por no decir con lengua, al lado de la ventana. Las caras cansadas no se disimulan y el aire colecciona bostezos constantes. Unos ojos delineados de punk me llevan a la escena de Fogwill, en el bar under. Me acuerdo de Marcos y el teléfono en la servilleta de papel. Los pájaros, no sé si son golondrinas, no sé si son los mismos de la mañana. Ahí están, batiendo las alas en infinitas direcciones inalcanzables. Y nadie sabe que les tengo envidia. Una señora en camisón riega las plantas en un quinto piso. Desde un auto silban las curvas apretadas abajo de un vestido de lentejuelas. Nadie quiere abrir los ojos y todos tienen los ojos abiertos. Las bicicletas pedalean el atardecer naranja al costado de la calle. Espío las ventanas de los bares y también los balcones de los edificios. Un chico habla en inglés y quiere ir al zoológico. Me asomo por la ventana, apenas.  Afuera se respiran jazmines por diez pesos y amores porteños en bancos de plaza. 

3 comentarios:

  1. Muchacha punk, sos grosa. "Nadie quiere abrir los ojos y todos tienen los ojos abiertos". Qué texto más lindo.

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  2. Qué bueno!!!Me encantó

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