No es de naif. Pero siempre me enloquecieron las estrellas, inalcanzables, antes que las noticias en los diarios. El cielo de la cordillera de los Andes no era real. O si. Pero no me permitía ni pestañar. Arriba mío pasaba lo mejor de la vida. En ese pedazo mendocino frío y oscuro, las estrellas del Principito me sacaban el sueño. Y pensaba, tengo todo. Es que no entiendo qué otra cosa se puede necesitar además del cielo.
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