No entiendo por qué esos miles de ojos africanos abandonados y el hambre traspasando los huesos. Cómo es que hay deudas mundiales por números irrisorios y en el norte argentino la mamá de Antonia cuenta las monedas para comprar el pan del desayuno. No entiendo la ambición desmedida por el poder. No entiendo el odio ( in) humano. No entiendo las guerras ni el abuso sobre vidas inocentes. No entiendo por qué la cama del señor de Quintana y Callao son seis baldosas que le curten de frío la espalda cada día un poco más. No entiendo qué pasa por la cabeza de todas esas personas que se apropian de vidas ajenas. No entiendo la envidia que enferma la sangre. No entiendo la competencia constante mordiendo los logros de otras personas. No entiendo las manos secas y la piel cansada de esa parte de mujer que con 15 años levanta pedazos de cartón de la calle. Cómo es que hay gente que se llena la boca de burbujas importadas y escupen todas esas críticas políticas sin fundamentos sólidos. No entiendo todas esas personas que religiosamente parpadean una hora de misa cada domingo y después miran de reojo al que tiene otro color de piel, y por las dudas cruzan de cuadra. Sólo por las dudas. No entiendo cómo puede existir tanta perversidad en la mente humana. No entiendo el tráfico de drogas. Ni el de armas. No entiendo la trata de personas. ¿Cómo es que llegamos a codearnos con este tipo de insania? No entiendo la sonrisa de esos pies chiquitos, descalzos, que inventan una pelota con la parte de abajo de una botella de plástico. Corren con una sonrisa, aunque tengan la panza vacía y no conozcan el sabor del chocolate, aunque no sepan si esa noche van a encontrar un hueco sin viento en la puerta de algún edificio para cerrar los ojos y acurrucarse contra el mármol frío hasta la mañana siguiente.
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