Quinientos libros y un café


Quería quedarme toda la mañana así. Qué digo, todo el día. Con una mano ahuecada en la pera y mordiéndome la uña del dedo chiquito. Sólo por la ansiedad de escuchar cómo terminaban esas anécdotas con gusto porteño que me hacían viajar a otra época. El hablaba con una tranquilidad envidiable. Movía las manos al ritmo de su respiración. Hacía una pausa de vez en cuando. Cerraba los ojos. Arrugaba las cejas y la frente para acordarse de las fechas exactas. Los silencios pausados dejaban al descubierto todos esos años tatuados de sabiduría. Todas esas historias de la mano de escritores argentinos y cada una de esas tardes en los rincones de Buenos Aires. Todo estaba pasando en esa mesa de madera. Y cada relato era la página de un libro en primera persona. Esa misma primera persona que acompañó a Borges en su viaje a Chile y más tarde se sentó en el bar de Talcahuano a tomar un café mientras esperaba a Ernesto Sábato. Yo lo escuchaba casi sin pestañear. Sábato era un hombre atormentado, me contaba. Constantemente atormentado por la vida misma. Y en ese momento me acordé: tenía 13 años cuando le robé a mi hermano de su biblioteca "La Resistencia".  Y me acuerdo que yo también me sentía igual de atormentada cuando empecé a leer la primer página del libro.  Por suerte no era largo y lo terminé esa misma noche. Y por suerte llegué a la última página y respiré aliviada. No era la única que quería resistir. Mi amigo Rafael seguía frunciendo las cejas y recordando las fechas históricas.1985. Yo creo que todavía no existía ni en los proyectos de mis papás. El me seguía hablando de los bares porteños, de la cueva del chancho, de las mesas de amigos, de Maipú 994,  del hombre y los engranajes, de las dedicatorias en los libros, de las casualidades, de los errores, de los viajes, del interior de los escritores más allá de su perfil político, de las manos y las marcas, de la poesía borgeana, del aroma a una tarde de siesta, del café para pasar el tiempo, de las calles de Buenos Aires, de las palabras y del lenguaje, de los libros y su editorial en la avenida Santa Fé, del significado de las firmas. Me hablaba de los detalles y de los valores perdidos. "Me hubiese encantado haber vivido esa época" le dije. Y firmé una hoja en borrador que había sobre la mesa, a ver qué significaban esos garabatos de tinta. El miró mi firma durante unos segundos. Pero no me dijo nada. O sí. Antes de despedirse. Me dijo que no podía dejar de leer la historia de San Francisco de Asís. Pero que el libro del autor griego estaba agotado. Entonces volvió un martes bien temprano a mi oficina y me prestó su ejemplar. Tenía escrita una dedicatoria en la primer hoja. Si hay algo que me emociona son las dedicatorias de los libros escritas de puño y letra.  Esta era de 1967. Y decía algo así como "el libro que cambió mi vida". 

1 comentario:

  1. Muy bueno sofa!
    No se si es realidad, ficción o creación de tu mente...pero a mi me resultó cotidiano, casual, creible, hizo viajar me imaginación!

    Guaauu ya faltan 504 entradas para los 20 mil seguidoressss, qué buuueno obra tuya!

    Cuando regresas del pico Cumbre, aunque me tengas olvidada y no me ofendes tan facill voy a seguir esperando tu llamada desde la Escriii, vamos un ring ring no se le niega a nadie y menos en este contexto de literatura, que hay tiempo para todo!!
    Salute para tutti!Nos vemos en la prox edición del blog y disfruten de la semanita corta!

    XOXO
    BlACK.

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