Son las diez de la noche de un viernes de Junio. Tengo un parcial el lunes y otro el martes. Tendría que estar en mi pijama de corazones devorando los libros. Pero me llaman los rulos rubios del rock y me obligan a ir al recital de los chicos en Roxy. Aprovecho para estrenar un jean y me subo a los tacos más altos. No llego a secarme el pelo. Dejo la ventana abierta del taxi y le pido que vaya lo más rápido que pueda. Estoy orgullosa de llegar puntual. Y hasta logro evitar la cola de cuadra y media porque "soy amiga de la banda". Triunfante camino hasta la puerta del backstage y fue como si me la hubieran cerrado en la nariz cuando me cuentan que esa banda no tocaba ese día ni en ese bar. Pero cómo, qué, no, dale, por qué. No puedo evitar fruncir las cejas con mucha fuerza y apretar la bronca entre mis labios con forma de pato mojado. Un señor vestido de negro y con cara de bulldog me hace una seña con la mano derecha que no puedo entender. Me acerco un poco hasta que logro escucharlo: "Tenés que ir al otro Roxy, al de Niceto Vega" Claro. Eran demasiado perfectas las circunstancias para ser reales. Vuelvo a la puerta de entrada. La gente de la cola me mira mal. Nunca quise ser amiga de ellos asique no me importa. Hay más señores vestidos de negro y con cara de bulldogs. Menos uno que tiene cara de doberman y usa una remera blanca ajustada. Prefiero charlar con ellos. Me consiguen un taxi y me dan la dirección que necesito. Otra vez le pido al taxista que maneje lo más rápido que pueda. Me encanta decir eso cuando estoy en un taxi. Es lo más parecido a "siga a ese auto" que nunca tuve oportunidad de decir. Ni tampoco "quédese con el cambio". Prefiero comprarme sugus. Por fin. Roxy. Niceto Vega. "El horario de las listas ya pasó hace una hora. Tenés que pagar 50 pesos" me dice una remera negra de Led Zeppelin en la puerta. "No hay chance" le contesto. Nunca pensé que con tanta sinceridad me iba abrir la puerta y me iba a dejar entrar sin pagar un peso. Genial. Hay muchas piernas saltando. Me gusta la energía de otro planeta que transmiten los recitales. Es algo increíble. Paso entre el humo y la gente y ahí estaban ellas dos despeinándose las cabezas en primera fila. Me dieron un abrazo eterno en el medio de los acordes de "Nada que esconder". Y yo también me despeiné el pelo suelto hasta el final del recital. Que los libros me esperen un poco más. Mientras tanto era feliz golpeando los tacos contra el piso. Me hacía bien cerrar los ojos y dejar que la música me abrazara todo el cuerpo. Que el rock se quedara gritándome un poco más adentro de mis oídos. Y que no me importara nada. Ni todo lo demás.
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