Toutes les vies


Pensaba en lo increíble que me parece el encuentro casual de dos personas desconocidas. En una ciudad  saturada de millones de latidos dispersos. En un mundo de otros miles de millones de corazones. Entonces el segundo en el que un par de miradas extrañas se encuentran por primera vez. Las primeras palabras que intercambian. Ese momento en el que un desconocido pasa a ser alguien en la vida del otro. Y entre todos esos miles de millones de desconocidos girando por el mundo, elegirlo a él.

Entre otras cosas



Creo que el amor dura tres meses. Creo que la risa es uno de los motivos por los que vale la pena estar viva. Creo que alguna vez  quise desaparecer del mundo. Creo que hay muchos miedos ahí afuera. Creo que es increíble el momento en el que abro los ojos cuando me despierto. Creo que la música me salva de lo que quiera que me salve. Creo que hay personas interesadas y no me interesan. Creo que el cielo no tiene final. Creo que los mejores amigos se cuentan con los dedos de una mano. Creo en la energía del sol. Creo que todo lo que imaginamos es real. Creo que las mariposas viven más de un día. Creo que las mejores cosas pasan de noche. Creo que el hocico de mi perro apretando mi nariz me alegra la tarde. Creo que nadie me conoce mejor que mi mamá. Creo que nadar por abajo del agua es una de las sensaciones más placenteras. Creo que tenemos todo y no nos damos cuenta. Creo que empiezo a alejarme de alguien cuando me gusta mucho. Creo que debe ser por esos miedos de ahí afuera. Creo que Alfonsina Storni también tenía miedo. Creo que los detalles hacen la diferencia. Creo en las miradas. Creo que todo se termina algún día. Creo que muchas veces no nos animamos y perdemos tanto. Creo que las prostitutas lloran cuando nadie las ve. Creo que siempre se puede volver a empezar. Creo que un atardecer supera cualquier película. Creo que los días de la semana son un invento innecesarioCreo que a veces envidio la mente masculina. Creo que podría quedarme una noche entera mirando la luna. Creo que estamos de paso en esta vida. Y también creo que no vale la pena tomarse todo en serio. 

Del otro lado del mundo


"El tiempo es una noción perdida en estas tierras. La paciencia nata con la que cuentan, es necesidad elemental para sus modos de vida. Todo requiere de espera, nada es a las apuradas, se dedica el tiempo necesario y por qué no más, total hay de sobra y no hay apuro"

"Desarrollan un sistema inmunológico que seguramente no se encuentra dentro de los parámetros de ninguna explicación médica. Andan descalzos sin importar por dónde caminan. Crecen haciendo de sus pies, suelas tan fuertes que de verdad no sienten ni lo que pisan"

"Me agarran de la mano y me llevan a conocer los secretos de su mundo africano. Sus vidas me encandilan como a ellos la luz tan blanca de mi piel. Disfruto escucharlos y observarlos, pequeñas criaturas hermosas... Me hablan, me preguntan, alguno me llama desde la punta más alta de un árbol (no me explico cómo llegó hasta ahí), señalan cosas que no hago a tiempo de ver cada una de las que me muestran. Son seres libres, hijos de la tierra. Y en ella juegan y con ella se entienden. Me encantan. Me nace un amor por ellos tan grande como las ganas de tener el recuerdo de mi infancia, la infancia que tienen ellos"

"Sigo buscando fronteras por las que caminar para entender un poco más lo que viven los demás"

Dafne

Love it all


Cuando el agua hace olitas en las esquinas del muelle. Cuando la madera todavía sigue tibia al final del día. Cuando los últimos reflejos de sol bailan con el río. Cuando las ramas de los árboles hacen ruido de hojas secas. Entonces me gusta cerrar los ojos y respirar ese pedazo de tarde. Sentarme en el borde del muelle. Apoyar las palmas de las manos en las tablas de madera y rascar los huequitos de tierra seca con la punta de los dedos. Dejar las piernas flotando en el aire y mojarme los pies. Quedarme así hasta que se haga de noche. Y un poco más también.

Victoria

Vicky cumple 23 años. Pero dice que cumple 8. Es que volvió a nacer hace siete años. Un sábado a la tarde tuvo que elegir: o seguir en coma o abrir los ojos y

De los detalles que enamoran

Un plato de sorrentinos italianos con mucho queso. Una sonrisa que me agarra la mano del otro lado de la mesa. Un par de besos perdidos en esa primer salida de Mayo. Un mensaje de alguien desconocido. Buen humor. Siempre buen humor. Un perfume que quiero que dure en mi ropa hasta el día siguiente. Las cervezas en el bar inglés. Conocernos desde siempre. Despertarme con un mensaje de la noche anterior. Reírme. Mucho. Papas fritas a las siete de la mañana. Enrique. Un campari. Elena. Cantar muy fuerte. Manejar con los ojos tapados. Acordarnos del primer mail. Narices frías. Un mensaje a las tres de la tarde. Los pies arriba de la mesa. La camisa y el reloj. La complicidad. Los detalles. El número de memoria. La confianza. Los amigos. La mano calentita en mi espalda fría. Volver a estar bien. La risa por teléfono. La risa en el teatro. Las cosquillas. Los besos en el cachete. Los besos en el cuello. La barra de Kansas. Las preguntas. Más cervezas. Carne con papas rellenas. Las apuestas. Lo simple. El tiempo que no existe. Y las ganas de volver a verlo cada vez que me deja en la puerta de casa. 

Antes de cumplir seis


Me acuerdo el día que la vi llorar a mamá por primera vez. La espiaba por el huequito de la puerta. Yo pensaba que era porque no quería ponerme los zapatos azules. Entré a su cuarto y apenas llegando a la altura de la cama le di un abrazo. Me acuerdo cuando me tragué un chicle y pensé que iba a morirme. Hasta los seis años pensaba que seguir viva era un milagro. Me acuerdo el primer chico que me gustó. Le decían Fonchi y tenía cinco años. Yo tenía cuatro. Si te portabas mal en el jardín te llevaban a la salita de Miss Annie. La misma en la que estaba Fonchi. La directora del jardín llamaba siempre a mi casa preocupada por mi "mala conducta".  Me acuerdo cuando me cantaron el feliz cumpleaños y soplé cuatro velitas rosas. Mamá me puso una corona brillante en la cabeza. Me acuerdo que ese día empezaron a gustarme las frutillas. Me acuerdo cuando cumplí cinco y fue un alivio mostrar toda la mano cuando me preguntaban cuántos años tenía. Me acuerdo cuando lo operaron a papá y yo pensaba que estaba filmando una película. Me acuerdo cuando le dije a Santiago que no podía ser su novia porque mi mejor amiga gustaba de él. Me acuerdo del verano en Santa Clara. En la casa de enfrente había un perro negro que mordía. Me acuerdo de la patada en la panza que me pegó Federico en el tobogán porque corría más rápido que él. Me acuerdo que mi hermano  quería ser como el chico de Karate Kid y tenía un cinturón que iba cambiando de color. Me acuerdo el día que aprendí a atarme los cordones con moño. Me acuerdo cuando me escondía abajo de la mesa para escuchar los cuentos de terror de los amigos de mi hermano. Me acuerdo cuando mamá se fue de viaje y papá me tenía que peinar. Siempre pataleaba porque me quedaban torcidas las colitas. Me acuerdo cuando empujé a mi hermana contra el vidrio y le salió sangre en toda la frente. Me acuerdo cuando se me cayó el primer diente y el Ratón Perez me dejó cinco dólares y un dólar a cada uno de mis hermanos también. Me acuerdo que le escribí una carta muy enojada. Le dije que nunca más le iba a regalar mis dientes. Me acuerdo cuando quería ser Xuxa. Me acuerdo cuando me regalaron un pez naranja. Le compré un castillo y piedritas de colores con mis ahorros. Se llamaba Príncipe. Me acuerdo que mi hermano tenía tres peces de colores. Me acuerdo cuando mi hermana quiso ayudarlo a limpiar la pecera y se olvidó de sacar a los peces. A las pocas horas estaban todos muertos. Me acuerdo cuando hacía burbujas con el shampoo mientras me bañaba. Me acuerdo de los dedos arrugados en el agua. Me hacían acordar que tenía que llamar a mi abuela. Me acuerdo cuando le tiré del pelo a una amiga porque se había comido toda mi cajita de sugus. Me acuerdo cuando me trepaba al mueble de mamá y le usaba los maquillajes. Me pintaba la boca de rojo y dejaba el espejo del baño lleno de besos. Me acuerdo la primera vez que fui a la casa de Lupe. Tenía tres pisos y un oso gigante con un vestido de flores en su cama. Me acuerdo cuando le conté a mi diario íntimo que me gustaba un chico. Me acuerdo cuando perdí las llaves del diario y estaba segura que mi hermano las había escondido. Me acuerdo cuando fui a un kiosco sola por primera vez. Solté el puñado de monedas y le pregunté al señor qué me podía comprar con eso. Me acuerdo que no podía pronunciar muy bien algunas palabras. En vez de "almorzar" decía "cerrar" o pensaba que "hasta luego" se decía "hasta el huevo" y me reía cada vez que lo escuchaba en los saludos de los grandes. Me acuerdo del álbum de Frutillitas. Me acuerdo cuando mi hermano le rompió las piernas a mi Ken. Lloré todo el día. De repente todas mis Barbies eran viudas. Me acuerdo cuando me subí a un caballo por primera vez y se paró en dos patas. Me acuerdo cómo apreté mis uñas en su cuello y le decía que se calmara. Me acuerdo que desde ese día el caballo pasó a ser mi animal preferido. Me acuerdo de una tarde en Córdoba que tenía la nariz congelada y mi hermano me dio su campera. Me acuerdo cuando a mi hermana le regalaron la Barbie Veterinaria y a mi la Barbie Novia. Me acuerdo cuando me caí de la casita del árbol y la rodilla me quedó violeta. Me acuerdo cuando ya tomaba en vaso pero tenía la mamadera escondida abajo de la almohada. Me acuerdo que mi tío me apretaba la nariz con mucha fuerza. Me acuerdo que lloraba y cada vez que lo veía me iba corriendo. Me acuerdo el domingo a la tarde cuando me contaron que mi padrino se había muerto. Me acuerdo que seguí dibujando sin levantar la cabeza y la hoja se llenó de gotitas de agua. Me acuerdo cuando vi el Rey León y agradecí que el cine estuviera a oscuras. Me acuerdo cuando la vi de nuevo y volví a llorar. Pensaba que si Mufasa podía revivir por ahí también podía pasar eso con mi padrino. Me acuerdo de mis amigas del Country y que a mi hermano le gustaba Mara. Me acuerdo del concurso de disfraces. Me acuerdo de mi hermana que tenía tres años y ganó el primer puesto. Estaba desnuda. Me acuerdo cuando mamá se enojaba porque mi hermana no quería ponerse la ropa. Me acuerdo cuando le pedí a Papá Noel un cochecito rosa y un bebé de dos meses. Me acuerdo cuando la llevé a mi hermana en el cochecito y se rompió. Me acuerdo cuando mi hermano jugaba a las cartas en el Club House con sus amigos y yo quería ser grande como él. Me acuerdo de los fideos con salsa rosa. Me acuerdo que con mi hermana los comíamos como en La Dama y el Vagabundo. Me acuerdo cuando vi Indiana Jones y me tapé los ojos en la parte que le arrancaban el corazón a uno. Me acuerdo cuando con mis hermanos vaciamos todo el frasco de miel en la alfombra. Me acuerdo que a mi hermana no le gustaba bañarse y lloraba muy fuerte. Me acuerdo cuando me probé los zapatos del casamiento de mamá. Me acuerdo que me daba verguenza sacarme la remera adelante del pediatra. Me acuerdo que se parecía al actor de una película y me quería casar con él. Me acuerdo que se me cayó el mundo cuando la escuché a mamá preguntándole cómo estaban su mujer y sus dos hijos. Me acuerdo cuando mi abuela me regaló un rosario y una caja de alfajores. Me acuerdo cuando me escondía en el tapado de piel sintética. Me acuerdo que no sabía qué quería decir sintética. Me acuerdo cuando Quenena me contó que en el momento en el que yo estaba naciendo mi hermano vomitó todo el helado de chocolate. Me acuerdo que en la casa de Córdoba me despertaba apenas salía el sol y me iba a cortar margaritas al camino. Me acuerdo que un día apareció un zorro. Me acuerdo que mi hermano molestaba a las vacas y coleccionaba arañas. Me acuerdo el verano en Pinamar que vendíamos plumas de colores con mi prima. Me acuerdo que un tal Lito Vitale vivía en la casa de al lado y nos compró una pluma verde. Mi hermano le pidió que le escribiera un papel. Yo no entendía por qué mi hermano estaba tan contento. Me acuerdo que invitó a mis papás a comer un asado a su casa y me quedé dormida mientras tocaba el piano. Me acuerdo cuando probé por primera vez el helado de dulce leche. Quería comer eso todo el día. Me acuerdo que Francisco le quería dar un beso en la boca a Vicky. Me acuerdo que en el freezer de mi abuela siempre había helado de frutilla. Me acuerdo que me tenía que subir a un banquito para abrirlo. Me acuerdo cuando vinieron seis personas de Grecia y mi papá me dijo que toda su familia vivía en ese país. Me acuerdo que no entendía por qué vivía separado de sus papás y su hermana. Me acuerdo que mi abuelo usaba bastón y me hacía cosquillas. Me acuerdo que papá lloró en el aeropuerto. Me acuerdo cuando me disfracé de oveja. Me acuerdo que tenía mucho calor y me picaban los mosquitos. Me acuerdo cuando me disfracé de bailarina y mamá me pintó los labios. Me acuerdo del chico del jardín que me miraba la boca y le pidió a mi amiga que le cambiara de lugar para sentarse al lado mío. Me acuerdo cuando le tenía miedo a la oscuridad y mi hermana me daba la mano para dormir. Me acuerdo del día en el que aprendí a andar en bicicleta sin rueditas. Me acuerdo que estaba segura que "la libertad" se trataba de eso.

Cigarrillos al diván


Hablemos de ese cilindro de papel blanco y camel. De la sustancia apretada adentro de esa hoja delgada que definen como adictiva en forma desmedida. Hablemos del tabaco, del pucho del cigarrillo o cigarro. Porque saca mi peor parte fumarme el humo de todos los adictos, de rebote y gratis. A ver, fumadores activos, que alguno me explique por qué me tengo que tragar todo el humo de un vicio que no es propio y que es extremadamente incómodo ¿Es que no se dan cuenta lo molesto y asqueroso que es respirar esa nube gris? Sin contar que todo ese humo siniestro me irrita los ojos, me ensucia el pelo, me seca la piel, me llena de un olor desagradable y me penetra los pulmones dejándolos un poco más rotos que ayer. ¿Qué les pasa por la cabeza a los que piensan que es canchero pasearse por todo el boliche con el pucho en la mano? Es un horror. No sólo porque siempre terminan quemando al que tienen al lado sino porque limitan de manera abusiva  mi propia respiración. Y ni hablar de los taxistas que preguntan (si preguntan) si me molesta el cigarrillo. A ver, si abro la ventana me congelo de frío asique sí, me molesta señor. Aguante hasta próximo viaje por favor. Me supera. Me pone histérica. Amenaza mi buen humor. No sé qué parte no entienden los fumadores que con su capricho mortal perjudican a todos los demás. Cuando yo tomo una copa de vino no les tiro la mitad en la cara de ustedes ni les hago tragar el alcohol a la fuerza. Y además, si estoy disfrutando mi vaso de cerveza y ustedes no quieren tomar, no hay nada en esa situación que les pueda llegar a molestar. Ah, y no nos olvidemos del que se está fumando un pucho esperando el colectivo, que lo tira recién cuando está subiendo y tiene la brillante idea de exhalar toda la nube de humo puertas adentro. Siniestro. Por suerte nunca probé el cigarrillo y no creo hacerlo. Llenarme de ese humo totalmente enfermizo, inhalarlo, respirarlo y que se adueñe de mis pulmones y mi voluntad y que encima tenga que hipotecar la salud de los demás... No gracias, paso. Prefiero ser "canchera" con un vaso de cerveza en la mano.

Rock and soul


Son las diez de la noche de un viernes de Junio. Tengo un parcial el lunes y otro el martes. Tendría que estar en mi pijama de corazones devorando los libros. Pero me llaman los rulos rubios del rock y me obligan a ir al recital de los chicos en Roxy. Aprovecho para estrenar un jean y me subo a los tacos más altos. No llego a secarme el pelo. Dejo la ventana abierta del taxi y le pido que vaya lo más rápido que pueda. Estoy orgullosa de llegar puntual. Y hasta logro evitar la cola de cuadra y media porque "soy amiga de la banda". Triunfante camino hasta la puerta del backstage y fue como si me la hubieran cerrado en la nariz cuando me cuentan que esa banda no tocaba ese día ni en ese bar. Pero cómo, qué, no, dale, por qué. No puedo evitar fruncir las cejas con mucha fuerza y apretar la bronca entre mis labios con forma de pato mojado. Un señor vestido de negro y con cara de bulldog me hace una seña con la mano derecha que no puedo entender. Me acerco un poco hasta que logro escucharlo: "Tenés que ir al otro Roxy, al de Niceto Vega" Claro. Eran demasiado perfectas las circunstancias para ser reales. Vuelvo a la puerta de entrada. La gente de la cola me mira mal. Nunca quise ser  amiga de ellos asique no me importa. Hay más señores vestidos de negro y con cara de bulldogs. Menos uno que tiene cara de doberman y usa una remera blanca ajustada. Prefiero charlar con ellos. Me consiguen un taxi y me dan la dirección que necesito. Otra vez le pido al taxista que maneje lo más rápido que pueda. Me encanta decir eso cuando estoy en un taxi. Es lo más parecido a "siga a ese auto" que nunca tuve oportunidad de decir. Ni tampoco "quédese con el cambio". Prefiero comprarme sugus. Por fin. Roxy. Niceto Vega. "El horario de las listas ya pasó hace una hora. Tenés que pagar 50 pesos" me dice una remera negra de Led Zeppelin en la puerta. "No hay chance" le contesto. Nunca pensé que con tanta sinceridad me iba abrir la puerta y me iba a dejar entrar sin pagar un peso. Genial. Hay muchas piernas saltando. Me gusta la energía de otro planeta que transmiten los recitales. Es algo increíble. Paso entre el humo y la gente y ahí estaban ellas dos despeinándose las cabezas en primera fila. Me dieron un abrazo eterno en el medio de los acordes de "Nada que esconder". Y yo también me despeiné el pelo suelto hasta el final del recital. Que los libros me esperen un poco más. Mientras tanto era feliz golpeando los tacos contra el piso. Me hacía bien cerrar los ojos y dejar que la música me abrazara todo el cuerpo. Que el rock se quedara gritándome un poco más adentro de mis oídos. Y que no me importara nada. Ni todo lo demás.

Aires de tirana

Cuando tenía cinco o seis, les cortaba el pelo a las Barbies al estilo carré. Fue en ese momento cuando empezaron a quedar al descubierto mis primeros indicios de tirana: las Barbies elegidas para complacer mis caprichos eran las de mi hermana. Las mías seguían teniendo el pelo largo y lacio. Igual ella casi nunca se enojaba. Es más, no le gustaban las Barbies y yo la obligaba a jugar aunque no tuviese ganas. Cuando estaba enferma y me aburría sola en casa, me llevaba una mesita afuera, sin que la empleada me viera, con sillitas de madera, y sentaba a toda mi colección de osos, más un conejo, que era medio ciego pobre; un día sin querer le saqué un ojo. Servía nesquik y un pilón de tostadas y obligaba a cada invitado a que se lo tomara. Las tostadas me las comía todas yo, con muchas ganas. Las veces que venía una amiga a casa no desistía de mis aires de tirana: nadie podía caminar adelante mío por los pasillos porque "yo soy la reina, y en todo caso vos sos princesa, porque yo lo digo" Después me hacían lo mismo en sus casas cuando me tocaba a mí el papel de invitada. Me tenía que tragar la bronca como mala perdedora y no estaba acostumbrada. Para alivio del resto, al poco tiempo la tiranía fue llegando a su fin. Aunque tengo que admitir que quedaron cenizas, por decirlo así. Ahora no estoy viviendo con mi hermana y obligar a alguien, que no sea un oso de peluche o una Barbie, a tomar el té, sería lo más parecido a la esclavitud de un poco más del siglo diez. Pero una mínima parte de tiranía amenazaba con resurgir a escondidas. Esta vez fue con el único súbdito que me podía entender: Felipe, mi perro maltés. Lo senté en una silla y le pinté las uñas de sus cuatro patas cortas de color rosa. Al rato pensé que no le quedaba tan bien con el color de su piel. Entonces le volví a hacer la manicure otra vez, pero con el esmalte de color azul, el mismo que usa mi  tía Lulú.