En la facultad



Alguna vez me tenía que pasar. Por colgada. Por no estar prestando atención cuando la profesora habla. Mi concentración en la clase de hoy ya se había ido por las ramas, como me suele pasar casi todos los lunes a la mañana. Ya había revivido en mi cabeza todos los momentos divertidos del fin de semana. Ya me había imaginado viajando por medio mundo: conocí toda la India y me convertí en hinduísta, fui médica voluntaria durante 6 meses en Nairobi y otras ciudades de Africa, llegué a Barcelona, después hice un intercambio en una facultad de Roma y terminé perdida por otros rincones de Europa. Todas las causas internacionales de las que hablaba mi profesora me gustaban, y ya me había imaginado defendiendo los derechos humanos de todos esos chicos africanos, o como Embajadora de la ONU, resolviendo los conflictos en Libia con los grupos armados. Pero ahora mi cabeza estaba en la ensalada que me iba a pedir al mediodía cuando llegara a la oficina. Rúcula, tomates secos, queso parmesano.. No, no. Mejor la de zanahoria, huevo, tomates, palta y.....¿qué más le faltaba? Y de rebote, la profesora, que se sabe todos los nombres, interrumpe de golpe mis pensamientos sobre la ensalada casi condimentada: "Sofía, ¿qué se planteaba en el caso de Alemania-Holanda? Todo pasó en una milésima de segundo. Inevitablemente antes de poder responderle dije: "Chauchas" en voz alta. 

Vida


"No hay final. No hay principio. Es sólo la infinita pasión de la vida"

Federico Fellini

Me bocharon en una final, ¿y qué?


Fue hace dos semanas atrás. Era única instancia, parcial, final, tema al azar y oral. Si te gusta bien y sino también. Había ido religiosamente a todas las clases. Ni siquiera tenía una "T" de llegada tarde. Me había leído absolutamente todos los fallos y plenarios. Resolvía todos los casos prácticos. Ponía cara de chupa medias durante una hora y media. Para el parcial me sabía todos los temas. Claro, los que el profesor dijo que iba a tomar, los propios de la materia. Pero era de esos profesores sumamente altaneros, distantes, resentidos, insensibles y con cara de pocos amigos. Para mí era lo más parecido a la Bestia en la película de Disney. O a Al Pacino en Scarface. Llegó el día del final, un miércoles como cualquiera de los demás. Pido pasar primera porque volaba de fiebre. La Bestia se acomoda en el sillón negro atrás de su escritorio y mi bufanda y yo del otro lado, aguantándome los estornudos, tragándome los mocos y con todos mis compañeros en el mismo aula mirando, petrifcados, esperando ansiosos. Les faltaban la Coca y los pochoclos. El profesor despliega sobre el escritorio de madera cada uno de los papelitos como un ejército de doble filo listo para el ataque al enemigo. Saco el segundo de la derecha. Y son esas milésimas de segundos en las que me pregunto por qué carajo no saqué el de la izquierda. De repente siento quinientos cubitos de hielo rascándome la espalda, la fiebre desaparece, mis manos son dos vasos de agua, y mi cara me hubiese gustado que alguien la filmara. La Bestia me quería comer cruda y ya lo estaba haciendo. Mientras tanto, le dice a otra de mis compañeras que saque su tema. "Reconciliación" La puta que te parió. No puede ser. No me puede estar pasando esto. Mi tema no tenía ni idea de que existiera en esa materia. Por qué me pasa justo a mí y no a ella. Por qué saqué el papelito de la derecha. La Bestia esperaba. Sus ojos fríos y sin mirada me acribillaban. Empiezo a soltar las palabras atragantadas pero él no quería mi punto de vista ni el de la doctrina. Sólo quería la resolución jurisprudencial y los nombres de los jueces que habían intervenido en ese hecho procesal. Yo solo quería decirle "andá a cagar". Y así, esa eterna y aletargada agonía terminó con un "Suficiente, el siguiente". Yo protesté, patalee, y lo desafié a hablarle sobre cualquier otro título de los que estaban en el temario, y no uno inventado. No hubo caso. Al Pacino me ganó la pulseada y me levanté de la silla, como patito mojado, pero con la cabeza bien levantada. Tenía tanta bronca que me daban ganas de volver al aula y escupirle a los gritos todas las palabras más feas que haya conocido. Pero preferí llamar a Malala para que me consolara. Y después a Chof que me tranquilizó y evitó que me rompiera la pierna dándole una patada al banco de la plaza. Me armé de ánimo y a sonreir otra vez. Me vino de diez, porque las semanas que siguieron les tocó a varias de mis amigas pasar por eso. Y pude darles un abrazo por teléfono y reanimarlas hasta alegrarles un poco su mañana amarga. A Belu la rebotaron en un parcial y se fue a recuperar, con bronca y llanto atragantado hasta el final. Flo no aprobó Defensa del Consumidor y en el recuperatorio la asesinaron con un dos. Era su anteúltima materia para recibirse. Pero después de las injusticias la vida sigue. Chof también se comió un parcial desaprobado frío y sin sal. A Natuch le pusieron un miserable seis en su oral que estaba para un diez. Y Rodro no pasó su primer parcial en la facultad. Y así el 11 de mayo fue el día en el que rendí mi primer final en cinco años y recibí un lindo bochazo.Larita dice que, igual, nunca podría haber aprobado Divorcio porque soy demasiado enamoradiza e iría en contra de mi filosofía. Todo pasa por algo. Y esto también. "Nunca un fracaso, siempre un aprendizaje" me dijo más tarde un libro en inglés. Y adentro mio volví a sentirme bien. Porque la vida no pasa por una nota, por no aprobar un parcial o por recursar. Por suerte pasa por muchas cosas más.

En la ducha



Mis amigas no me dejan que pida ni una cuchara cuando estoy sentada en la mesa. Hacen que me levante y la busque por mi cuenta. Aunque ellas estén más cerca de las servilletas y quiera una, hacen lo imposible para que me mueva. Todo empezó el verano en Ecuador cuando me estaba bañando con agua fría, que encima casi ni salía. Cuando estoy por ahogar mi pelo en shampoo veo que en el Pantene no había más que un par de gotas desgastadas, y le pido a alguna que me salvara antes de que se cortara el agua. Una amiga me trae un shampoo en sobre, de esos que vienen pegados en las revistas y terminan siendo los salvadores. Después de varios intentos de abrir el sobrecito de shampoo me doy por vencida y pido "si alguna me pasa una tijera por favor que no puedo abrirlo y también me falta jabón". La única respuesta que recibo fue "abrilo con la boca, no seas goma". Ya lo había requetemordido y seguía sin poder succionar ni una minúscula gotita de Sedal. Encima estaba temblando de frío. Insisto. A los gritos. "UNA TIJERAAAAAA POR FAVORRRRR O ALGUNA QUE VENGA A ABRIRLO. Y TAMPOCO TENGO JABON!!!!" Escuché el salvador "Ahí voy". Pero al segundo una de mis amigas dijo "No, no. Quedate acá. Estamos alimentando a un parásito, no dá". No lo podía creer. Encima que había sido la única vez que no había cantado bañarme primera y les había dejado el lugar sin ninguna condición o a cambio de una cerveza . Después de quinientos intentos logré abrir el bendito sobre y me bañé en dos minutos, con tres gotas de agua fría y varios grillos espiándome desde una silla. Salí y las caras de mis amigas esperaban el grito de enojo aguantándose la risa. Sólo les dije "Pueden curtirse". La carcajada se les escapó igual, era predecible. A partir de ese episodio no me dejan pasar una más. Por suerte hay algunas que todavía nunca se enteraron y no me tratan de parásito. Cuando estoy con ellas aprovecho para pedir cosas desde la mesa, sin levantarme y sin hacerme ningún problema.

Itaca



"Emprende el viaje a Ítaca pero demórate lo más que puedas, haz muchas escalas, teniendo siempre presente tu isla, la que estás buscando. Al final llegas a Ítaca, y ¿qué vas a descubrir? Que la verdadera Ítaca era el viaje"

María al diván


Hablemos de las empleadas que trabajan en las casas. De esas mujeres tan desesperadamente necesarias. Hablemos de Mc Mery, como le dice mi prima Lara, la que cocina hamburguesas caseras en vez de empanadas. La que deja los pisos relucientes y el Blem arriba de mi almohada. Hablemos de María, mi empleada amiga. Me animo a decir que me conoce desde que nací, o por lo menos eso es lo que siempre cuenta cuando habla de mí. Tengo el primer recuerdo con ella cuando tenía cinco o seis años y la encerramos en un baño con mis hermanos. Sin embargo sobrevivió a través de los años y hoy sigue planchando religiosamente hasta el cansancio. Durante una época de mi secundaria no me la aguantaba, lo único que hacía era molestarme cada vez que llegaba del colegio cansada y me obligaba a comer dos platos porque estaba muy flaca, o me contaba historias de fantasmas en los pasillos de mi propia casa, y la verdad es que no me divertía para nada. Con los años aprendí con ella el arte de la paciencia y tolerancia, y no me quedó otra que ponerle buena cara. Y así pasó de ser mi dolor de cabeza a mi nueva compañera de buenos oídos y gran consejera. Bueno, lo de buenos oídos es relativo, porque es sorda del lado derecho completamente, entonces hay veces que le hablo y sigue cantando o le pido algo y mira para otro lado. Aunque una vez le estaba hablando del lado del oído izquierdo y siguió entonando a todo volumen a Los Nocheros... Igual lo que intento solucionar son dos problemitas que hacen que desaparezca toda la paciencia que le tengo a María. El primero: cada vez que entro a mi cuarto tengo todo, absolutamente todo, mágicamente reformado. Además de limpiarlo y ordenarlo pareciera que juega a ser diseñadora de interiores, porque los cuadros están todos cambiados, desaparecen los resaltadores que dejo tirados, el teléfono del otro lado, la silla de flores la acomoda cerca de la puerta y trae todas mis carteras al lado de la biblioteca, la foto de mi mesa de luz varía según el día, el ramito de rosas secas lo guarda en una caja y ordena por colores mis pulseras y mis bufandas. El otro dilema pasa por su eterna pregunta que viene antes del "hola" cada vez que abro la puerta: "¿Hay novio nuevo ya?" No hay necesidad. Qué tema recurrente. Es como si en mi respuesta buscara su propia tranquilidad. Me lo pregunta desde hace exactamente dos años o un poco más. Y yo le cuento todas las historias nuevas pero ninguna la deja satisfecha. En una época buscaba la manera de llegar siempre más tarde así no tenía que cruzarla o entraba y me iba derecho a mi cuarto para evitar la pregunta innecesaria. Ayer, con la toalla en la cabeza, le conté que iba al cine con alguien pero me habló sobre el discurso de Cristina en los canales de aire. En fin, le tengo cariño y siempre me trae los mejores libros de un autor peruano poco conocido y paquetitos de lavanda que deja abajo de mi almohada. Pero quiero resolver lo antes posible y de una sola vez estas dos obsesiones reiteradas que, a ella la hacen feliz pero a mi me irritan de manera desmesurada.

Amigos con derechos



No hay como ellos. Los amigos con derechos. Los que hacen que no existan las preocupaciones ni las ambiciones amorosas ni las historias de color rosa. Los que no conocen la palabra "novia" pero tienen besos de sobra. Los que me hacen reír hasta que me duela la panza.Los que me enseñan que todo lo malo pasa. Los que me hacen sentir cómoda en su propia casa. Los que me despiertan con un beso en el borde de la boca. Los que me sorprenden con un Big Mac y unas papas bien saladas. Los que me traen quinientos vasos de agua. Los que se acuerdan de las charlas de madrugadas borrachas, palabra por palabra. Los que me dicen relajate y olvidate. Los que no encuentran las llaves a las cinco de la mañana. Los que se toman los problemas de la manera más relajada. Los que cantan mientras manejan y si hay tránsito no se quejan. Los que me miran a los ojos y a pesar de la confianza me hacen acordar de las mariposas en la panza. Los que me defienden. Los que saben lo que quieren. Los que me llevan y me traen a la hora que sea y a donde quiera. Los que no me hacen esperar una llamada. Los que me divierten bailando hasta el cansancio. Los que roncan y les puedo tapar la boca. Los que siguen estando aunque pasen los años. Los que me dan la mano. Los que me dicen lo justo y necesario. Los que conocen mis caprichos por adelantado. Los que me cuidan. Los que se quedan aunque no les guste lo que les diga. Los que me miran mientras estoy dormida. Hoy quiero cien más de esos días. 

En la clase de francés



Nos cambiaron a la salle del tercer piso. Los bancos son individuales y están ordenados formando un semicírculo. Elegí el que está cerca de la puerta, dado que soy bastante inquieta y siempre necesito "ir al baño" en algún momento determinado. En frente mío hay un ventana que ocupa casi la mitad de la pared. Lástima que a las siete de la tarde ya sea de noche; no hay suficiente claridad para pispear a través del vidrio cosas que me puedan distraer cuando me aburro de escuchar tantas oraciones en francés. Pero en la última media hora de clase alguien prendió la luz y corrió las cortinas de la ventana vecina aburrida. Para el bien de mi curiosidad apareció un muchacho que daba bastante de qué hablar (como diría mamá). Salió al balcón de la ventana, en jean y remera y el teléfono en la oreja, mientras con las dos manos levantaba una maceta. No sé si fueron mis hormonas en el auge del período o solamente la intriga por ver qué hacía ese chico, pero empecé a imaginarme miles de escenas de amor-hot-película con  el personaje de la ventana vecina. La profesora hablaba de los devoirs para el fin de semana. Yo hacía que la escuchaba, pero seguía mirando de reojo al Brad Pitt morocho (por lo menos en la oscuridad no estaba nada mal) La mejor parte fue cuando entró al comedor, dejó las cortinas abiertas y se empezó a sacar la remera. La peor parte fue la verguenza, propia y ajena, cuando la profesora se dio cuenta de que mis ojos y mi atención estaban en otro planeta. Por favor que no se levante, que no se asome a la ventana, que se quede ahí en su escritorio bien sentada. Pero ya era tarde. Ella y todos los compañeros de la clase miraron a través de la ventana, y el vecino no sólo se había sacado la remera: ahora directamente estaba en underwear... Me gané la risa de la clase entera. Ah, también un par de ejercicios extras. Y las palabras finales de mi profesora, que igual está medio loca: Mon petit Sophie..vous devez payer plus d'attention en classe. D'abord, vous êtes dans l'amour, ensuite parce que vous vous endormez, et maintenant parce quevous êtes curieux .. Je ne sais pas quoi faire. Le dije que no se preocupara, que en la próxima clase me sentaba en el banco de espaldas a la ventana.

Señales escondidas


"Todo encuentro casual es una cita"

Jorge Luis Borges

Mamá al diván







Hablemos de todos esos interrogantes molestos que mamá repite y repite con el paso del tiempo. Hablemos de esas preguntas que me ponen los pelos de punta. Hablemos de esos comentarios en forma de bocados, con un signo de interrogación al final tan fuera de lugar. Hablemos de las preguntas frecuentes de Malala, mi mamá. "¿A qué hora te despertás mañana Sofita?" Todavía no se acuerda que todas las mañanas, menos el fin de semana, me despierto a las seis y se lo tengo que responder una y otra vez. "¿Qué tamaño de O.B. necesitás que te compre?" No entiende que siempre es el mismo, que no cambia, y que me lo pregunte con un llamado cada vez que está en el supermercado no me divierte demasiado. "¿Nunca te volvió a llamar Fulano de tal?" No, mamá, otra vez no volvió a llamar ni lo va a hacer, asique hacé desaparecer de tu imaginación esa cuestión. "¿A qué hora volvés?” Esa es de sus preferidas. Me la pregunta haciéndose la distraída, cuando estoy con un pie afuera de la puerta por encarar alguna salida. Y siempre le respondo lo mismo. Le digo que vuelvo a las cinco, no se por qué. Alguna vez le voy a decir a las diez de la mañana, a ver si reacciona o no dice nada. "¿Me llamás después de rendir?" Ya sabe que siempre es a la primera que llamo o le mando un mensaje para que sepa cómo me fue, pero igual siempre está en el aire su pregunta como si fuese la primera vez. "¿Qué es de la vida de esa compañera tuya del colegio, cómo se llamaba que no me acuerdo... la rubia, de pelo muy largo, con cara de muñequita... ¿Camila?" Esas preguntas se repiten esporádicamente, pero van cambiando los personajes básicamente. "¿Guada sigue de novia con Nico? No sé cómo hacer para que se acuerde que Guada cortó hacé más de tres años con Nico, y que ahora está de novia con Martincito. "Sofita, ¿cómo hago para que mis fotos de Facebook sólo las vean las personas que yo quiero?" Ante este tipo de preguntas tengo que rebalsar de paciencia por toda la explicación técnica que genera. "¿Estás dormida?" Sí mamá, es domingo y son las nueve de la mañana. Estaba dormida, no hace falta que cada fin de semana te asegures de que estoy adentro de mi cama, ya sabés que te mando un mensaje si no vuelvo a dormir a casa. "¿Dónde está mi pantalón blanco? ¿Vos usaste mi camisa de Ayres? ¿Sofía dónde dejaste mis botas negras altas? ¿No viste mi saco de Wanama?" Esas preguntas son las que más odio contestar. En realidad me hago la tonta, y trato de evitarlas porque nunca tengo una respuesta con la que pueda obviar la culpa y salir intacta. "¿Con quién hablabas tanto tiempo?" Era Chof mamá, no me molestes más. La lista puede seguir hasta el infinito y más allá, pero éstas son las preguntas que encabezan el ranking con mayor intensidad. Y aunque la adore con toda mi alma a mamá, estos signitos de pregunta amenazantes, inquietantes, escondidos por cualquier parte, me ponen nerviosa y dejan al descubierto mi parte menos tolerante.

Canción escondida



Había dejado la guitarra en la oficina desde el día de la audición. Fui a la clase de Charcas y Anchorena, que por ochenta pesos me hizo mover todo el cuerpo con energía y buen humor durante el mes de febrero. Terminamos a las ocho y media y me fui caminando a la parada del colectivo con la guitarra, mi amiga Ana y nuestras musculosas blancas todavía transpiradas. Subimos al 152 y nos quedamos paradas entre todas esas caras cansadas, y desanimadas. Cada pasajero iba abismado en el teclado de su teléfono o inmerso en los auriculares, a un volumen que no les permitiera tener conexión con el ruido de la calle. Me senté al lado de mi amiga, pero en el escalón del piso, cerca de la puerta. Me miré cómo estaba vestida y me reí. Todavía con la ropa de la clase de baile, las hawaianas negras, el pelo sucio en un rodete desprolijo, y el tatuaje intacto en el tobillo. Pensé en los artesanos, o en los hippies, como generalmente los identificamos. Pensaba con qué frecuencia se bañan, si se compran ropa, si les molesta la moda, si alguna vez usan camisas de manga larga y corbata, si tienen cuentas bancarias, si alguien les hace las rastas en el pelo o se les hacen solas, si tienen novia, si toman taxis, si les importa la hora, si son nómades o duermen en casas propias. Ana me preguntó cuál era esa canción que siempre cantaba en casa. Yo estaba cansada, pero no físicamente. Estaba cansada de ver a toda esos desconocidos del colectivo, despiertos pero al mismo tiempo dormidos. Estaba cansada de la vida prefabricada. Sentada en ese piso, sucio, pegoteado sin embargo me sentía a gusto, como uno de los artesanos con el pelo largo y los pies cansados, con la piel curtida por el sol, con las manos llenas de tierra y de historias viajeras, pero con una sonrisa firme y de verdad. Empecé a puntear los primeros acordes, y sentía las miradas de la gente. Cantaba como si fuera la última vez que pudiera hacerlo. Cantaba sin que me importaran las miradas extrañas. Cantaba, y en ese momento fui feliz, con mi voz y mi guitarra. Disfrutaba cantando esa canción que tanto me gustaba, que era mía, y ahora se la regalaba a todas esas personas dormidas. La menor, re, sol. Y se terminó. Me gané varios aplausos y el dedo gordo del chofer levantado. Fueron tres minutos, no mucho más que eso. Pero valió la pena el boleto y estar sentada en el suelo. Son esos momentos desprevenidos y tan simples los que hacen que mi día tome otro sentido. Por una sola sonrisa de alguien desconocido, por las palabras de una amiga, por la  felicidad de sentir que no existe el tiempo ni otro lugar, y que el presente es el único momento para afinar la guitarra y ponerse a cantar.

Bendito celular II


Además de Chof y mamá, en los números gratis que tenía mi plan de Movistar, agregué a mi ex novio, actual en ese entonces, obvio. Después de terminar la relación de tres años, me llevó varios meses borrarlo. Pero eso también formaba parte de lo que pasa después: como cambiarme el estado de facebook de "in a relationship with.." a "single" y que esos contactos que sólo me cruzo en el boliche de vez en cuando me pregunten: "¿en serio cortaron con Fulano?". A partir de ahí con los chicos que siguieron, aunque todos fueron pasajeros (salvo el rugbier y el protagonista de este relato) decidí no involucrar los sentimientos con el celular por un buen rato. Prefería mantenerlos alejados de todas las redes sociales y que no quedara ningún tipo de enganche ni siquiera para hacer sociales por mantener formalidades. Pero un día apareció alguien que no parecía ser sólo un chape como antes. Hablábamos y nos mandábamos mensajes todos los días y me puso como número gratis en su celular después de las primeras salidas. Entiendo que me gusta hablar y puedo llegar a ser un presupuesto, pero igual me encantó el gesto. El pez por la boca muere, y finalmente me tenté e hice lo mismo con él. Así volví a tener entre mis números gratis un "él" que no fuese ni papá ni mi ex. Igual nunca se lo conté. Sólo lo sabía yo, y algunas amigas, porque al fin y al cabo ese gesto tenía que ver con una relación que iba más en serio. Y tengo que admitir que por momentos eso me daba un poco de miedo. La cuestión es que el tiempo pasó y también pasó esa relación. Pero lo que no pasó por mi cabeza de novia fue dar de baja su número, por razones obvias.Recién el otro día me acordé: todavía lo tengo gratis desde octubre del 2010. Aunque no fuese exactamente igual, me hizo acordar al momento en el que tuve que sacar a mi ex del celular. Me acuerdo que mi prima me había dicho: "es como una curita. Te la sacás y chau. Sólo queda la cicatriz, que con el tiempo se va". Llamé a Movistar y para variar necesitaba crédito, que no tengo, para darlo de baja del plan... Todavía está ahí, riéndose de mi, gratis, pero sin usar. Por lo menos hasta que se me renueve el crédito y lo pueda cambiar.

Volver a mi


Los chicles al diván


Hablemos de esa golosina masticable que venden en todos los colores y sabores, casi adictiva, que suele ser la peor enemiga de todos los dentistas. Hablemos de "la goma de mascar", como cualquier película yankee traduciría al español "bubble gum". Hablemos de los chicles ¿Por qué cada vez que me compro una cajita de Topline me dura un minuto nada más? Y no hablo de la duración del chicle adentro de mi boca, sino de la duración de todos los chicles adentro de esa cajita de color verde y rosa, con olor a sandía y menta de mentira. Quiero resolver este problema que me está complicando la existencia: Abro el paquete, mastico un chicle automáticamente y al segundo me aburro y quiero otro, así por lo menos puedo mejorar el tamaño de los globos. Pero pasa medio segundo y voy por el tercero, y enseguida el cuarto, y después pispeo la cajita por adentro y quiero todos los que quedan sueltos. Me tiento y me llevo a la boca los otros compañeros que quedaban ahí solos. Intento evitarlo, pero no puedo. Me superan. Y termino con los ocho chicles cuadrados haciendo crunch crunch en menos de un minuto entre las muelas, en una sola secuencia. Lo peor de todo es que últimamente ni siquiera los ocho chicles juntos me están dejando satisfecha, y siempre estoy a punto de bajar al kiosco y comprarme una cajita nueva.. En realidad sí hay algo peor. El otro día no pude aguantar y tuve que bajar finalmente a comparme otros Topline. Pero en el camino desde el piso séptimo a planta baja el multichicle que tenía en la boca, hacía no mucho más de un cuarto de hora, me aburrió, me lo saqué de la boca y lo tiré por el huequito del ascensor...

Quiero


Cuando ya no quería nada que se le pareciera al amor ni nada que tuviese que hacerse de a dos. Cuando pensar en volver a decir "te amo" me daba rechazo y las parejas de la mano me generaban algún sentimiento parecido al asco. Cuando había decidido no involucrarme demasiado y mantener cierto espacio, encuentro en un cajón un pedazo de papel con mi letra en tinta de lapicera y un puñado de corazones dibujados y desparramados por todos los espacios en blanco. Y empiezo a leer desde el primer renglón:

Quiero:
Alguien que me llene de besos.
Alguien que me mire a los ojos y no me hable de miedos. 
Alguien que me ataque a cosquillas por todo el cuerpo. 
Alguien que me haga bien en serio.
Alguien que me guste por mucho tiempo. 
Alguien que me haga reír y no quiera discutir. 
Alguien que me abrace fuerte y no quiera dejarme ir. 
Alguien que sea simple, sin vueltas ni apariencias. 
Alguien que tenga los pies en la tierra.
Alguien que sea sencillo y espontáneo.
Alguien que me sorprenda de cualquier manera.
Alguien que me agarre de la cintura con decisión y con fuerza. 
Alguien que baile conmigo y me cante en el oído. 
Alguien que se quede dormido al lado mío. 
Alguien que le preste a mi cabeza el huequito entre su hombro y su cuello.
Alguien que quiera olvidarse de la rutina y sacarse las zapatillas.
Alguien que me mire mientras estoy dormida.
Alguien que me despierte con un llamado a las 2 de la mañana. 
Alguien que me de besos por toda la espalda. 
Alguien que me haga llorar, pero que después se quede al lado mío para darme la mano, y me ayude a levantar cuando las cosas estén mal.

Me voy a dormir con todos esos renglones espiándome desde la mesa de luz y con todos los corazones desparramados en mi almohada en tinta azul. Al otro día me despierto y quiero volver a ser antitodo eso pero ya no puedo. En el auto suena "Te envío poemas" apenas pongo primera, no tengo facultad pero me despierto igual a las seis de la mañana sólo para ver el casamiento de William y Kate y me enamoro cuando leo los labios de él diciendo "you look beautiful" en inglés, pongo "like" en el video de Glee, el de "Marry you" que tiene Angie en el perfil de su facebook y canto esa canción todo el día en la oficina, me río sin ningún motivo, y aunque no quiera admitirlo vuelvo a dejar en descubierto esa parte mía que a mamá tanto le gusta: la enamoradiza, la que llora en todas las películas, la que pega recortes de corazones en la heladera, la que devora los capítulos de los libros de las novelas, la que escucha "Love it all" a todo volumen y escribe poemas. 

Bendito celular



Me pasó cuando salía con el rugbier. Uno de tantos. Pero éste era el que más había durado. Aunque ya estábamos en la etapa de "o nos ponemos de novios o cortamos", que terminó siendo un "mejor veamos qué sigue pasando pero así como estamos". Y lo que siguió pasando, que no viene al caso, se transformó en escenitas de celos por parte de ambos, en discusiones, en cachetadas borrachas, en que nos gustamos, es obvio, en te quiero pero al mismo tiempo te odio. Decidí dejar de verlo y tomarme mi propio tiempo. No era mi mejor época por cierto, y bastante mal le había hecho sin merecerlo. Pero un viernes cualquiera, después de meses de haber guardado al rugbier en la heladera, me llega un mensaje con una invitación de él. Había juntado bastante coraje por decirlo de alguna manera, porque después de todas las escenas de novela de las que había sido víctima, nunca entendí por qué me siguió buscando. Por ahí era masoquista o se hacía el macho. Me invitaba al cine, a ver la segunda parte de la película que habíamos ido a ver hacía un año, cuando recién nos gustábamos. "Tenemos que ir juntos" Y aunque yo ya estaba en otra historia no puedo negar que se me hizo agua la boca. Pero no podía verlo, tenía miedo de tratarlo mal de nuevo. Dejé pasar el cine y otro buen tiempo. Como todavía me llamaba lo puse en la opción del celular de "Llamadas filtradas". También los mensajes, por las dudas de que le volviera el coraje. No era por orgullo ni por despechada; en el fondo todavía me gustaba. Pero pensaba que lo mejor era mantenerme alejada. Hasta el día que dije basta. Tenía ganas de verlo. Moría por darle un beso y no quería seguir reprimiendo todo eso. Le mandé un mensaje un miércoles a la tarde. Esperé con nervios durante diez minutos pegada al teléfono. Nada. Seguí haciendo mis cosas en la computadora, pero bajaba la vista de vez en cuando y no había señal en el celular que tenía apretado en la mano. Al final lo terminé apagando porque me ponía nerviosa seguir esperando. Pasaron un par de horas, lo prendí y dije ahora sí. Pero era como si el rugbier hubiera dejado de existir. A la noche voy al cumpleaños de una amiga y tengo el celular todo el tiempo cerca por si aparecía alguna señal de vida. No era de obsesiva compulsiva, era culpa de esa historia que fue bastante interminable y viciosa. Ya eran las doce de la noche. Decido dejar por un rato el orgullo de lado y le mando otro mensaje para que se diera cuenta que de verdad lo estaba buscando.  Vuelvo a casa y me voy a la cama sin ninguna respuesta ganada. Al otro día me despierto con bronca, y decido mandarle un mensaje bastante enojada sin importar la hora. No contestar seguía de moda. A la tarde estuve a punto de llamarlo. Es que siempre habíamos quedado que pasara lo que pasara si alguno escribía o llamaba no valía jugarla por el lado de la ignorancia. Antes de llamarlo me quedo leyendo unos mensajes de texto y, cuando quiero ir a la carpeta de "Mensajes eliminados", sin querer aprieto una tecla de más y termino en "Mensajes filtrados"¿¿Mensajes filtrados?? Entro por curiosidad y la sorpresa de esa carpeta me dejó con la boca totalmente abierta: cinco mensajes del rugbier en espera... No podía creer que se me hubiese pasado el detalle de esa vez, cuando decidí filtrarlo porque pensaba que así iba a estar bien... Ahora el que se había enojado era él.. Eso me pasa por histérica, por haberlo puesto en la heladera y después querer derretirlo como un chocolate cualquiera..

The world is a book



"The world is a book, and those who do not travel read only a page."
Saint Augustine.