Ella y él


Pasaron la puerta de madera con la mirada dibujada de timidez. Ella miraba sus pies. El le sostuvo con firmeza la mano. Se sentaron enfrentados, alrededor de la música escocesa y de las miradas inquietas. Ella se acomodaba el pelo al costado del cuello y apretaba el rouge entre sus labios ansiosos de besos. El no se animaba, y sólo la miraba. Se le olvidaban las palabras y transpiraba inseguridad desajustándose la corbata. “¿Vino o champagne? Vuelvo en un minuto, esperame acá” Pero ella envejecía cada vez que tenía que esperar y ya no quería seguir sentada de brazos cruzados en el mismo lugar.

“¿Bailás?” le preguntó una camisa rayada de valentía. Y sus ojos sonrieron un sí sin hablar. El llegó con las copas sostenidas en una mano, pero ya era tarde: ella daba vueltas en el aire con su vestido rojo y se inflaba de felicidad cada vez que giraba hacia atrás y su pelo le cubría la espalda, concentrando todas las miradas de los demás. Era feliz bailando. El eligió la esquina más oscura del lugar y en dos tragos largos vació las copas de champagne. Su pecho se infló de burbujas y confusión, sólo quería volver a tenerla entre sus brazos pero ya se había desgastado la canción de a dos.

Es que en un momento se vive una vida, pero él no entendía esa filosofía. Dejaba pasar los días, y así los meses cuando el amor tenía forma de a veces. Ella se escapó al jardín de invierno y dejó caer el dolor hecho lágrimas apretando el pecho. Respiró el aire de la noche que siempre le hacía bien, se ajustó el vestido y contó hasta diez. Volvió sonriendo, entre el humo y la gente y siguió bailando naturalmente. Bailó hasta no sentir más los tacos debajo de sus pies, hasta volver a sentir la vida corriendo entre las venas y su piel,  hasta el primer bocado del amanecer. 

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