Las nubes no son de algodón


Hay algo de los días de lluvia en Buenos Aires que me angustia. No sé, la gente apurada, chocándose con los paraguas, sin mirar para adelante. Se me achinan los ojos evitando que las gotas se impregnen en mis pupilas, y las veredas se disfrazan de velorio; por cada charco una cara de enojo. Y como si fuera poco se me dá por escuchar esa playlist en el ipod que todavía no entiendo por qué sigue ahí. Pero como dice Fito, siempre tiran los recuerdos. Y el color desubicado del cielo que no encaja con el mes de Febrero. Todo esto sin contar que me pongo melancólica y busco por todos los rincones y cajones fotos escondidas o cualquier resto de un amor pasado, que me arranque una lágrima y pueda estar a tono con el agua de la lluvia. Y otra vez los ojos de él, que insisten en la ventana de ese bar en donde alguna vez lloré hasta sentir que se me cerraba el pecho y que el mundo se me caía entero. Qué suerte no haber nacido en Londres. Qué suerte la de mi tortuga que se escapó por las montañas de Córdoba. A ella tampoco le gustaba la lluvia pero podía salvarse adentro de su caparazón y evitar todos los recuerdos que desordenan la cabeza en los días de lluvia como hoy. 

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