Una sola vida



Vidas vestidas de oficina. Vidas escondidas. Vidas rutinas. Vidas hormigas. Vidas dormidas.


Llego apurada, acalorada, la cartera está pesada, las manos todas ocupadas, las llaves en la boca y el escritorio me mira con poca onda. Mientras tanto, Rob Machado llega relajado a la playa, acalorado pero con el agua del mar esperando, la tabla de surf en una mano y el cielo totalmente claro y despejado.


Tipeo, rápido, moviendo los dedos que se deslizan para arriba, para el costado, para abajo, a lo largo del teclado; dos puntos, enter y sigo tipeando. Mientras tanto, Fito Páez desliza los dedos de sus manos sobre las teclas de un piano, y me canta Cable a tierra sacudiendo la cabeza. 


Firmo recibos, mi nombre entero lo escribo en imprenta, completo los renglones vacíos de la agenda con reuniones y direcciones. Mientras tanto, Isabel Allende firma miles de ejemplares de uno de sus libros de la lista de best sellers mundiales.


Espío por la ventana el color del cielo, sigo con la vista las nubes desarmándose, me muevo unos centímetros sentada en mi escritorio para que me llegue el sol del otro lado de Santa Fe. Me corro el flequillo a un costado de la cara y respiro un pedazo de tarde desarmada. Mientras tanto, Juan Martín Del Potro se mueve unos centímetros sentado en el banco, para descansar a la sombra después de un partido de horas, se seca con una mano la transpiración de la frente y la cara, y respira un pedazo de tarde agitada, llena de adrenalina y energía positiva desparramada por toda la cancha.


Voy a la cocina a prepararme un té y unas tostadas con manteca y miel. Las como apurada; en cinco minutos tengo que irme volando a una reunión en el Banco Nación. Mientras tanto, Narda Lepes termina de disfrutar un sandwich de pollo, palta y nueces y cierra apurada su valija con ruedas; en cinco minutos tiene que irse volando a Ezeiza y tomarse un avión a Grecia. 


Suena el celular, filtro llamadas que no puedo contestar, respondo mensajes de texto, suena mi interno, hablo con abogados, empresarios, secretarias, gerentes, escribanos. Me canso de hablar y me duele la espalda que se empieza a contracturar.Mientras tanto, Jack Johnson apaga su celular, se sienta en la arena, en frente del mar y empieza a cantar, dejándose llevar por los acordes de la guitarra y las canciones que más le gusta improvisar.


Cuento los minutos para que se hagan por fin las seis de la tarde. Apago la computadora, el aire, dejo el escritorio en un estado presentable, saludo a los que quedan y corro taconeando el piso a la puerta de madera. Mientras tanto, Marta Fernandez cuenta los minutos para inaugurar su galería de arte, apaga las luces, prende unas velas, se peina los rulos sueltos y deja la puerta abierta.

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