En la Biblioteca Nacional


Estaba estudiando. O mejor dicho, intentando. La Biblioteca Nacional siempre me resultó un buen lugar para mantener la cola en la silla cuando no me puedo concentrar. Las mesas llenas de apuntes, libros, resaltadores, mates, cuadernos, biromes; el silencio le gana al de misa, sólo se escucha el crunch crunch de alguno masticando una galletita o el ringtone a todo volumen del que se olvidó de poner el celular en modo vibrar; la mayoría se concentra en sus hojas y no levanta la cabeza ni aunque vuele una mosca. Lamentablemente no es mi caso. Aunque lo intente por un rato. Más de una hora seguida y me quedo dormida. Igual me despierto rápido y sigo estudiando. Aunque a partir del episodio del otro día voy a empezar a controlar mis ganas de quedarme dormida en lugares públicos que no sean la oficina... Era hora pico para la Biblioteca y estaba llena. La mesa la compartía con una japonesa y un muchacho que ayudaba a que mi distracción aumentara de sobremanera. Pero después de una hora seguida de leer y retener información los párpados se me empezaban a caer. Ya fue, dije. Me duermo quince minutos y después me tomo un café. Crucé los brazos sobre la mesa y apoyé la cabeza. Y dormí profundamente, con sueños y todo. Pero de repente me desperté asustada o como si hubiera tenido una pesadilla de esas raras. Lo que me hizo despertar de un salto fue un ruido bastante fuerte y largo: tenía la boca abierta y estaba babeando la mesa, pero antes de darme cuenta de eso me despertó nada más ni nada menos que el sonido de un eructo. Sí, dormida como estaba fui capaz de tirarme un eructo adelante de la japonesa aplicada, al costado del chico caño y en frente de toda la otra gente que, en el medio del silencio velorio, miraban todos de reojo. Al principio pensé que lo había soñado. Pero no, era bastante claro. Los compañeros de mi mesa me estaban mirado, y yo lo único que quería en ese momento era no levantar la cabeza. La misma cabeza en la que me retumbaba el ruido del eructo en cámara lenta. Qué horror. Qué horror. Qué horror. ¿Habrá sido tan fuerte el sonido como lo escuché yo? ¿ O era el eco el que había causado ese efecto? Ni idea, pero ya había juntado valor y levantado la cabeza. Había un charquito de baba en la hoja rayada y los de la mesa de en frente todavía miraban con cara rara. No tenía mucha escapatoria pero me fui a comprar un agua y caramelos Sugus, porque seguir ahí sentada con las miradas clavadas como la chica del eructo no me causaba ninguna gracia. Pensaba que ya estaba a salvo, pero me equivocaba. En el camino se me acerca un chico y me dice de lo más divertido: "Te vi cuando te tiraste el eructo mientras estabas dormida. Te juro, fue lo mejor que me pasó en el día". Listo.

2 comentarios:

  1. jajajjaj que linda nueva seccionn!
    cuanta sinceridaddddd!!
    Gente la autora tb es HUMANA y eructa DE LO LINDOOO! jajaja
    Black

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  2. AJjajajajajjajajaja que cuento espectacular. Al principio pensé que estabas jodiendo...peor cuando el tipito te dijo que esa wasada que hiciste (ajaja) fue lo mejor que le pasó en el día...Moni EXPLODED de risa!!!

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