Fue en el verano europeo, en una isla en el medio del mar Egeo. Los programas familiares eran rutina impostergable. Ir al bar más canchero de toda la playa, en frente del mar, presidido por el barman que se robaba todas las miradas del lugar, también formaba parte del itinerario familiar.Eran las siete de la tarde. La mejor hora en Grecia para quedarse flotando un rato más en el agua, haciendo la plancha, queriendo tocar con las puntas de los pies el cielo que va cambiando de color de naranja a rosa hasta el final del atardecer. Mamá me hace señas desde la orilla de arena clara para que saliera del agua. "¿Vamos a tomar una cerveza a la barra? ¿Dónde está tu hermana?" Y fuimos las tres mosqueteras a pedir en inglés tres porrones de cerveza. Mi hermana y yo estábamos embobadas por el barman. El nos pregunta los nombres, de dónde sómos, nos cuenta que es fanático de Messi y del polo y para quedar como el rey de los Don Juan de toda la especie humana la remata con ¿son las tres hermanas? Pedimos una picada. El barman sigue atendiendo a la gente, pero la onda es relajada. No hay apuro, no hay reclamos, sólo hay buena vida de playa. En el medio de los vasos y los pedidos extranjeros, delega su trabajo a uno de sus compañeros. Se sienta con nosotras. Yo estaba chocha. Pero he aquí la cuestión: parece ser que al muchacho le gustaban las mujeres que pasaban los 42... Y mamá, creyéndose ella misma que era como una hermana, practicaba el idioma local con el flamante barman. Sonrisa por acá, otra cerveza por allá, ya nos esperaba el resto de la familia para comer en la terraza con vista al mar. La escena del barman y mamá fue LA anécdota de la mesa familiar. Papá se reía y no aparecía ningún indicio de celos en toda la comida. Pero al otro día, cuando volvimos al bar con mi hermana, mi prima, y mamá, (que no podía faltar) casualmente también quiso venir mi papá. Claro, la sonrisa del Rey Don Juan se empezó a desdibujar cuando nos vio llegar a su bar... Ahora, el de la sonrisa triunfante, era papá.
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