Hay sonrisas que, en los primeros fríos de otoño, alargan el verano, cuando el cielo se tiñe de un gris despintado y las hojas de los árboles se entrecruzan con las pisadas a contramano. Una de esas sonrisas es la de Maggie, que me abre la puerta de vidrio en Recoleta y me contagia su energía de vida sin conocerla.
Hay personas que hacen que los días valgan la pena, que inventan sus propias reglas, que descosen los problemas y tejen canciones con vestidos de flores a su manera, que diseñan pasos de baile en lentejuelas, tardes de amigas en rayas de colores y tacos de madera, lunes de camisas rosas y trenzas en la cabeza. Personas como ella.
Hay miradas que inspiran sin decir una palabra, que transmiten creatividad y ganas de intentar, que invitan a quedarse un rato más, que renuevan el aire, que alegran un pedazo de tarde. Personas como ella. Personas como Maggie.
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